viernes, junio 19, 2009

Iztapalapa


Por Carmen Aristegui F.

A escasas tres semanas de que se desarrolle la jornada electoral intermedia del 5 de julio en el país, el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación emitió un polémico fallo que no sólo pone en jaque la paz de las elecciones en la demarcación más grande de la capital, sino que ha colocado al borde de una fractura formal al Partido de la Revolución Democrática y a su ex candidato presidencial Andrés Manuel López Obrador. Iztapalapa ha sido la principal arena de la disputa entre los grupos del PRD. En la más poblada de las delegaciones se dirime la supremacía de una de las dos corrientes predominantes en la izquierda nacional y se dirime también si hay cabida, o no, para ambas dentro de la tercera fuerza política del país.

El galimatías provocado por el Tribunal, con un fallo inapelable, los ha puesto en pie de guerra en una confrontación que de tan virulenta no se compara con la que pudieran tener con cualquier otro partido o adversario fuera de ahí. La resolución no ha hecho más que empujar al despeñadero a este partido que, por demás, ha caminado en el filo de éste desde hace ya demasiado tiempo. La pregunta que ronda es si el máximo órgano de justicia electoral hizo lo que hizo en una acción deliberada para dañar a unos y favorecer a otros en un momento clave y de definiciones. Si lo hizo, como muchos presumen, con cálculo político y con afán de definir esa disputa por razones extrajudiciales, a través de un fallo de dudosa consistencia jurídica, estaríamos simple y llanamente ante un hecho de proporciones incalculables.

Cabe preguntar si acaso el Tribunal -que es considerado como parte de la "mafia que gobierna a este país", según palabras de López Obrador- encontró aquí la oportunidad certera y demoledora para precipitar el débil castillo que mantenía bajo sus siglas a los miembros del PRD. Quienes forman parte de este Tribunal han sido atacados, injuriados y vilipendiados constantemente por López Obrador y la corriente que lo acompaña. No tendrían por qué tener simpatía por el ex candidato presidencial. De eso no hay duda, pero de ahí a que por ésa u otras razones hayan decidido intervenir y modificar el fallo dictado por el Tribunal Electoral del Distrito Federal que dio el triunfo a Clara Brugada y tumbarle la candidatura -con las consecuencias previsibles que estamos viendo en estos días-, debería haber una gran distancia.

Si, efectivamente, estamos ante una intromisión indebida y hasta perversa del Tribunal, ese solo hecho haría de ese cuerpo colegiado un ente indigno de la alta responsabilidad que le fue conferida. Estaríamos frente a un hecho más en el drama de la política nacional encarnado ahora por el máximo Tribunal. Si los magistrados intervinieron con intenciones aviesas para descarrilar lo que quedaba de los equilibrios en el PRD, lo están logrando. Con medidas insospechadas, los que han visto perder la candidatura en este enclave han mandado señales que producen una enorme confusión. Se ha generado un enredo tal que es imposible saber en qué parará esta elección y los niveles de enfrentamiento que desencadenará.

Una salida desesperada para recuperar el barco perdido fue la que ideó -al vuelo- López Obrador durante el mitin del martes en Iztapalapa. En un discurso desaforado dio instrucciones, acomodó candidaturas e hizo pasar de la euforia al pasmo a la multitud que oía de los retruécanos por los que habría de pasar para lograr que Brugada finalmente llegue a la delegación. Sin consultarlo, dio por hecho que Marcelo Ebrard enviaría a la Asamblea la propuesta de Brugada para sustituir al candidato ungido, el del PT, para tomar la estafeta una vez que haya obtenido un triunfo que no sería de él, sino del movimiento y de la candidata defenestrada que estaría presente en la elección a través de lo que algunos han llamado con humor una candidatura subrogada.

López Obrador mostró un talante inapropiado, excedido y que habrá causado regocijo entre sus detractores. Los magistrados, por su parte, sienten ya el peso de las críticas. En la sesión del miércoles uno de ellos, Flavio Galván, tuvo que enunciar, para negarlas, las principales acusaciones: "...jueces corruptos, jueces vendidos, jueces partidistas, influenciados por la política". En esta historia, cada quien tendrá que hacerse cargo de lo que haga y de lo que diga. Así sea al calor del mitin o al calor de una resolución judicial. A Iztapalapa, por lo pronto, se le ha convertido ya en un polvorín.

El verdadero Andrés Manuel


Denise Maerker

Atando cabos

19 de junio de 2009

¿La derrota lo cambió o sólo exacerbó su peor parte?

¿El Andrés Manuel que vimos el martes en Iztapalapa es el mismo que logró que 15 millones de mexicanos lo eligieran en el 2006? ¿Ese hombre de semblante duro, actitud desafiante y estrategia arrogante es el que conquistó a millones durante años de campaña? No podía dejar de hacerme esas preguntas mientras veía y reveía las imágenes del mitin de Iztapalapa. ¿Nos engañó o es otro? ¿La derrota lo cambió o sólo exacerbó su peor parte?

Pero, ¿qué es lo que vimos? De entrada, el gesto, desafiante y satisfecho. Mientras compartía su plan genial para burlar la decisión del Tribunal Electoral, Andrés Manuel se veía eufórico, parecía decirnos que a él a no se la va una, y que si algo se le pone en el camino, él siempre encuentra la forma de darle la vuelta. Y puesto que se trata de él, no importa si la salida es estrafalaria y antidemocrática, es válida porque es suya. Así de simple. Luego, el tono humillante.

Humilló a Juanito sin necesidad. —Porque él no se la va a creer— decía señalando despectivo al candidato del PT. —Él sabe que si gana es por nosotros—. Humilló también a Marcelo Ebrard al darle públicamente órdenes. Humilló a los diputados locales que sin haber sido electos ya recibieron instrucciones de cómo votar. Y los electores, que dudan entre ir o no ir a las urnas, deben haber recibido el mensaje: ni se molesten, ya todo está resuelto sin su participación.

¿Teníamos indicios de que López Obrador era así? Quisiera decir que no, pero la verdad es que sí; rasgos que sin duda la derrota ha acentuado: su desprecio por quienes marcharon contra la inseguridad, su “cállate, chachalaca”, la tolerancia con los suyos, la intolerancia con los otros, su decisión de no ir al primer debate, las encuestas inventadas. Yo no les di la importancia que tenían, y es mi deber aceptarlo públicamente, pero otros sí lo hicieron. Y no me refiero desde luego a sus eternos detractores o a enemigos viscerales. Gabriel Zaid, una semana antes de las elecciones, escribió: “No hay que votar por López Obrador, porque es un carismático que se cree indestructible, con todos los peligros de un ego temerario al volante”. Lo vio Enrique Krause que escribió el articulo El mesías tropical. Lo vio Federico Reyes Heroles.

Sigo pensando que López Obrador entiende un México que los demás no ven, que su diagnóstico sobre el país y sus males era el mejor. Pero ¡qué equivocada estaba cuando en Tercer Grado, unos días antes de la elección, a la pregunta de si López Obrador aceptaría una derrota, respondí que sí!

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